En los últimos años una reducida vanguardia plenamente consciente de sus propósitos ha logrado generar en varios países de nuestro hemisferio un clima de crisis permanente con el único objetivo de derrocar gobiernos legítimamente electos.
Esta vanguardia, representativa de una minoría activa y bulliciosa, capaz de realizar premeditados y calculados actos de violencia a los que los gobiernos suministran las necesarias víctimas ha sido efectiva porque ha tenido éxito en sus pretensiones. Ejemplos frescos en la memoria son la caída de Lucio Gutiérrez en el Ecuador, y del presidente boliviano Carlos Mesa, que había sustituido por las mismas circunstancias que causaron su derrocamiento, a su predecesor Gonzalo Sánchez de Losada.
El Caos político-social no se produce por generación espontánea, aunque si se origina por lo regular en sociedades donde la injusticia y la corrupción tienen una fuerte presencia. Sin embargo, la desestabilización como instrumento para la toma del poder no es posible sin la participación de agrupaciones socio-políticas que tengan objetivos definidos, y sin un sector de la sociedad con conciencia de los abusos que ha padecido. Por supuesto, una condición, no imprescindible, es que exista un mínimo de estado de derecho, ya que esto hace más probable el éxito de la desestabilización.
El primer paso público del Caos es exacerbar la crisis existente, y de esta no existir generarla, para poder proponer una cirugía social profunda que cambie el gobierno, se establezca una nueva constitución y se constituya un Estado Benefactor donde los derechos del individuo desaparezcan en aras del bienestar común.
En cierta medida la estrategia del Caos para poder acceder al poder sin tener que recurrir a cruentas revoluciones o golpes de estado, son consecuencia de las experiencias adquiridas por grupos históricamente vinculados a procesos desestabilizadores que en el presente consideran que los tiempos son mandatarios en lo que respecta tomar el poder sin recurrir a una violencia devastadora. Por supuesto, que a esos reciclados robles de la subversión se han sumado pinos nuevos que continúan defendiendo las viejas ideas de sus progenitores ideológicos.
Proclamar que la clase dirigente en la conducción del gobierno, el estado y la economía son los responsables de los problemas de la sociedad y el individuo, es parte importante de la receta. A partir de esos postulados públicos se empieza la generación de la anarquía social. Se organizan marchas populares, se accionan los movimientos sociales de una forma gradual pero articulada, las huelgas paralizan la economía, la anarquía se apodera del país hasta que se produzca un agotamiento en la sociedad civil que demande una solución al diferendo, aunque sea violando el estado de derecho.
Los generadores del caos usan la masa como instrumento, por eso una vanguardia plenamente identificada y con recursos suficientes para mantener profesionales de la desestabilización en constante actividad, ha demostrado obtener mejores resultados que las bombas, secuestros, o una hueste de barbudos cargando el legendario Ak-47.
La subversión y la lucha guerrillera devinieron en métodos ineficientes. Los secuestros políticos, los asesinatos políticos, el terrorismo callejero que por años patrocinó La Habana fracasaron como métodos para la toma del poder. En cierta medida es paradójico que las fórmulas de acción social que el régimen cubano demonizó en los años 60 y 70 y que promovían los viejos partidos comunistas latinoamericanos al aderezarse con ciertos toques de violencia, hayan sido mas efectivas que las que impulsaba Ernesto Guevara de "el odio como máquina de matar y los cánticos de ametralladoras".
Por supuesto que el odio que pregonaba Guevara y la disposición a la violencia no han desaparecido de la agenda de los viejos y nuevos promotores del mundo perfecto. Los métodos son transitorios y se usan mientras rindan los apetecidos frutos. La lucha de clases por el momento no es el factor primario, pero sí la pobreza, el nacionalismo mas radical y el indigenismo, si el país en cuestión lo posibilita.
El ataque sistemático a todas las estructuras del estado y del gobierno, la aniquilación moral de todas las figuras públicas representativas del orden establecido y la destrucción de los partidos políticos y entidades de la sociedad civil que no sean compatibles, son parte de la misión redentora de los nuevos iluminados.
Estos individuos que indudablemente son "políticamente correctos" y que actúan atendiendo a las normas de los tiempos, no son remisos en cambiar las formas de gobierno existentes para asumir en un nuevo marco constitucional el poder que consideran les pertenecen por completo e indefinidamente. Los que no respetaron la Constitución que usaron para la toma del poder, elaboran una nueva a imagen y semejanza de sus intereses de perennidad y diseñan pautas institucionales que hagan inconstitucional cualquier gestión contestataria. El presidente Hugo Chávez, Venezuela, se apresuró en elaborar una nueva Carta Magna y según declaraciones, el flamante presidente de Bolivia, Evo Morales, tiene las mismas intenciones.
Adalides del Populismo Latinoamericano fueron en el siglo pasado el argentino Juan Domingo Perón y el brasileño Getulio Vargas, también hay antecedentes de militares populistas como Juan Velasco Alvarado en Perú y Omar Torrijos en Panamá, sin olvidar a Fulgencio Batista, un sargento que llegó al poder usando fórmulas heterodoxas, en particular ofreciendo a los soldados del ejército cubano mejores condiciones de vida y aliándose con el Partido Comunista.
El Populismo afirma que la pobreza termina cuando se redistribuye la riqueza, sin embargo es un fenómeno [1]netamente político porque su objetivo central es la toma del poder. El discurso del caudillo de turno de cualquier país del hemisferio es incendiario, apocalíptico en lo que respecta a la sociedad presente y absolutamente promisorio a la sociedad del futuro.
El populismo es una de las herramientas preferidas de cualquier proyecto político que se fundamente en el autoritarismo o el totalitarismo, por eso los que aplican el "caos" como herramienta para llegar al poder lo promueven en todas las instancias. Le sirve tanto a fascista como a comunistas, o a cualquier corriente ideológica que se sostenga en la uniformidad y la unanimidad. El populismo es intrínsecamente antidemocrático, no entiende de división de poderes ni de relevo de mando, aunque si puede utilizar los procesos electorales como métodos para llegar al poder con legitimidad. No hay disenso.
Pero también es cierto que el populismo demanda un liderazgo fuerte, de un caudillo capaz de cautivar una clientela política que pueda usar como instrumento contra aliados circunstanciales o enemigos declarados. El líder populista es mesiánico, todo lo sabe y tiene soluciones para todos los problemas. Dice interpretar la voluntad de las masas lo que le permite violar los derechos ciudadanos.
Pedro Corzo
Diciembre 2006