Recuerdo que en el ya lejano 1959, en una modesta casa de la ciudad de Santa Clara nos reunimos un grupo de estudiantes para ofrecerles una fiesta de despedidas a dos amigos que partían hacia Estados Unidos. La mayoría de los jóvenes allí reunidos no considerábamos el festejo como un acto político porque en nuestra opinión era simplemente una familia que se disponía a iniciar una nueva vida.
Pero a los pocos minutos más de un centenar de personas nos despertó y abrimos los ojos ante la nueva realidad que vivía el país. Gritos de gusanos, váyanse todos, ustedes son basura cargaron el ambiente. De las ofensivas palabras aquella turba enfurecida pasó a la acción y hubo más de una cabeza rota al ritmo que marcaban los también destruidos instrumentos musicales de la banda que había amenizado el festejo.
Con el pasar del tiempo las cosas se complicaron más. No se podía escuchar música americana, Glenn Miller, era pecado mortal. Una casa de donde se escaparan los acordes de Bill Halley y sus Cometas, o de Elvis Presley, era un antro de perdición que tenía que ser exorcizado con el violento actuar del hombre nuevo. Hubo que dejar de celebrar las ya frecuentes despedidas ante la violencia e impunidad con la que actuaban los titulados Jóvenes Rebeldes, sin embargo a las turbas divinas no le faltaron cabezas que romper ni pelo que cortar. Su sed justiciera era hábil en descubrir un enemigo de pelo largo o de un vestir que faltase a las perturbadas normas de la nueva sociedad.
El tiempo mandó y nuestra generación cumplió el imperativo de diversas maneras: Clandestinaje y policía política, alzamientos y las milicias, exilio, cárcel y paredón .El país fue sesgado por la guadaña del odio y la intolerancia. Muy pocos pudieron agacharse lo suficiente para no ser advertidos. Eran los tiempos sagrados de "Con
Así fueron marchando las cosas. El egoísmo revolucionario prendió en los conversos y en los oportunistas. Salvo contadas excepciones la mentalidad del hombre nuevo se hacía eco de la consigna oficial de aislar a los descontentos y aplastar a los contrarrevolucionarios. La unidad familiar sufrió. A mas de uno le escuchamos con pavor "yo no creo ni en mi madre, si hace contrarrevolución yo mismo la fusilo".
La delación asumió características de epidemia. El preso se convertía en una no persona que solo podía ser visitado por sus padres, esposas e hijos. El familiar de un fusilado era un apestado que no merecía ser asistido porque su pariente había traicionado la Revolución. Los bienes de los presos eran confiscados. Sus parientes podían ser concentrados en áreas inhóspitas y remotas con la misión de colonizar esas regiones.
Desde la aurora revolucionaria el término antisocial se uso para identificar a las personas desafectas a
Las cartas que provenían del extranjero no eran contestadas. Un familiar fuera del país era un lastre en el justo empeño de hacer carrera en
Han transcurrido cincuenta y un años del castrismo en el poder. La herencia del totalitarismo es sumamente dolorosa. Primero robó la esperanza de un futuro mejor de una parte considerable de la población, mas tarde ejecutó, encarceló y obligó al exilio a un número importante de ciudadanos. Después subvirtió el orden político hemisférico causando más muertes y conflictos. Envió a miles de sus partidarios a la muerte para satisfacer su voluntad imperial, destruyo la economía del país, pero el daño mas devastador se ha producido en los valores mores y espirituales de la nación en su conjunto.
Nuestro ser nacional ha quedado profundamente afectado y la recuperación va a demandar el mayor de los esfuerzos, mucha solidaridad y comprensión. La tarea será ardua, difícil, pero no queda otra alternativa que aceptar el reto y andar juntos con nuestras respectivas culpas y errores si queremos reconstruir una Cuba en la que todos tengamos el espacio que podamos merecer.
Pedro Corzo