domingo, 22 de agosto de 2010

LAS CARAS DE LULA


 

Luis Inacio Lula de Silva,  esta llegando al final de su mandato. Su presidencia ha sido un éxito no solo en lo que respecta al desarrollo interno de Brasil, sino también en la proyección del gigante sudamericano en el escenario mundial.

 

La historia del mandatario brasileño tiene mucho del Príncipe y Mendigo. De limpiabotas, obrero industrial, dirigente sindical,  fundó el Partido de los Trabajadores (PT), 1980,  un grupo compuesto por dirigentes gremiales,  ex guerrilleros,  intelectuales de izquierda y hasta personalidades provenientes de la Teología de la Liberación.

En 1990 junto a Fidel Castro organizó el Foro de Sao Paulo que pretende y lo ha logrado con éxito, reorganizar los partidos políticos y movimientos de la izquierda latinoamericana que habían resultado  muy afectados con el derrumbe del bloque comunista europeo.

El Foro, -es un aparato que  reúne organizaciones democráticas como el Partido de la Revolución Mexicana y el Frente Amplio de Uruguay, dirigentes políticos como Hugo Chávez y Evo Morales, también organizaciones de  narcoguerrilleros y terroristas como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia -,  tiene como fin tomar el poder político en todos los países del hemisferio y refundar las naciones en base a los proyectos que auspicien sus dirigentes.

Si la gestión política de Lula da Silva ha sorprendido por una orientación económica que respeta las normas capitalistas, mayor asombro ha causado que con sus credenciales socialistas y en un periodo en el que América sufre una epidemia de reformas constitucionales que legitiman el despotismo electoral haya rechazado, a pesar de contar  con un amplio apoyo popular, la posibilidad de una segunda reelección.

Lula da Silva, sin el histerismo de sus aliados,  ha confrontado con éxito a Estados Unidos, le ha hecho conocer  cuales son sus intereses y que no cejara en su empeño porque estos se concreten. Ha buscado aliado fuera del continente y en los foros internacionales enfatiza sus diferencias con Washington, a la vez que insiste en lograr un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y fortalecer la moneda nacional en detrimento del debilitado dólar. Hasta aquí un nacionalismo valido y respetable.

Pero el  mandatario brasileño tiene dos caras. Ha practicado la política de la manzana, blanco por dentro y rojo por fuera, en lo que respecta a su actitud ante los gobiernos populistas de izquierda que padece el continente. Es totalmente indulgente con sus camaradas del Foro de Sao Paulo,  que no cesan de tomar las medidas necesarias para instaurar dictaduras unipersonales con el misticismo del inexplicable socialismo del Siglo XXI.

Su silencio cómplice  ante los abusos de poder en que ha incurrido Hugo Chávez, los desmanes del presidente boliviano Evo Morales, el despotismo del ecuatoriano Rafael Correa y las manipulaciones de Daniel Ortega en Nicaragua, no se corresponde con la imagen de hombre tolerante y respetuoso de las ideas ajenas, que muestra a los gobiernos de los países mas desarrollados.  Lula solo enfrenta a sus aliados ideológicos, cuando estos afectan los intereses de Brasil, mientras tanto acepta sin protestar  las depredaciones contra los demócratas que en el marco de sus fronteras realizan sus homólogos de la Alianza Bolivariana de Las Américas.

La conducta de Da Silva en relación a Honduras ha sido escandalosa. Otro ejemplo de su doble moral es  su intensa labor personal a favor del ingreso de Cuba al Grupo de Rió y sus esfuerzo porque America Latina instrumente una Posición Común hacia Cuba, pero en este caso absolutamente complaciente. El presidente brasileño que ha viajado a Cuba en varias ocasiones,  nunca se ha interesado en promover una transición a la democracia en la isla. Presente en la memoria está la reunión con los Castro el mismo día de la muerte de Orlando Zapata Tamayo.

Lula ha actuado con extremo cinismo en sus relaciones con los demócratas del continente. Ha estado actuando como el policía "bueno" de la izquierda política del hemisferio, mientras Chávez y comparsa,  cumplen con el rol de "malo", pero que a fin de cuentas todos, Da Silva incluido,  quieren lo mismos: El poder para imponer sus convicciones.