martes, 18 de agosto de 2009

CAMBIOS SIN COMPLICIDADE



La llegada del presidente Barack Obama a la Casa Blanca ha estimulado a los sectores que promueven un cambio de política hacia el gobierno de Cuba. Los argumentos en cierta medida son los mismos del pasado, pero en esta ocasión se sostienen sobre la propuesta del mandatario de producir un cambio en las relaciones de Washington con La Habana.

La afirmación de que la situación en Cuba no ha cambiado en 50 años como  exponen dirigentes de organizaciones defensoras de los derechos humanos, centros académicos y personalidades de prestigio internacional es una realidad, pero muy frágil, ya que se soporta  en la hipótesis de que la sobrevivencia del totalitarismo es consecuencia de la política hostil de Estados Unidos hacia Cuba, por lo que obvian una realidad mas concreta, y es que entre el Gobierno de Cuba y la mayoría del pueblo, hay un diferendo que nada tiene que ver con el embargo y Estados Unidos.

Además es indiscutible que la influencia que tienen los cubanos en las diferentes vertientes de la vida política estadounidense hace que en ocasiones las relaciones con Cuba tiendan a parecer como un asunto interno de este país, pero no es así, Cuba no es parte de la Unión Americana por lo que ésta no tiene que determinar  el futuro de nuestra nación.

Sin duda alguna muchas de las personas, instituciones y gobiernos  que están a favor de relajar las restricciones del gobierno de Estados Unidos a la isla, incluyendo el embargo, rechazan la dictadura imperante en la isla y favorecen  un cambio genuino hacia la democracia, pero por lo regular un sector de éstos, acomodan la solución de la crisis insular no en la voluntad del pueblo y de quienes lo gobiernan, sino en la convicción que por la indulgencia de una de las parte, se va a lograr el milagro que la dictadura crea en la alternabilidad democrática, el pluralismo y los derechos humanos.

Recientemente el Brookings Institute, por mencionar uno entre muchos, propuso en una serie de puntos los pasos que debería dar el presidente Obama para mejorar las relaciones entre los dos países y a la vez servir satisfactoriamente los intereses de Estados Unidos y del pueblo cubano. Un esfuerzo valido e importante pero que deja, una vez más,  todo en las manos de la Casa Blanca, pasando por alto que los principales responsables de lo que sucede en Cuba no están en Washington.

Días mas tarde José Miguel Vivanco, director para América latina de Human Right Wacht, repitió en un programa de televisión en Miami, Maria Elvira Comenta, que la política del Potomac hacia Cuba tenia que cambiar para lograr así una unidad de acción entre la Unión Europea, Estados Unidos y América Latina que llevara los cambios a Cuba. No dijo, como no lo han dicho tampoco otras instituciones o personalidades, cual sería la estrategia para lograr el ansiado cambio, en caso de que Estados Unidos cese su hostilidad con el totalitarismo.

 Nunca antes en el hemisferio, a pesar de que la isla se vive una sucesión dinástica, en la que el rey padre aparenta seguir con el sello real, había existido una corriente tan favorable a la dictadura cubana como en el presente. Algo similar ha ocurrido en Europa gracias a las gestiones del presidente del gobierno español, José Luís Rodríguez Zapatero

Rodríguez Zapatero y el presidente de Brasil, Lula da Silva, han sido los principales impulsores de la oleada de solidaridad con la dictadura. Ocho presidentes del hemisferio, en menos de tres meses, han visitado Cuba que se integró al Grupo de Rió, recientemente. La Unión de Naciones Suramericana, UNASUR, en su reunión en Chile prácticamente condicionó la mejoría de los vínculos entre Latinoamérica y Estados Unidos al levantamiento del embargo.

En esto coincide Diálogo Interamericano, que apunta que si Washington quiere un acercamiento con América Latina debe reordenar la política hacía Cuba, porque el objetivo de la democracia no debe ser una precondición en las relaciones con la isla.

Por otra parte es paradójico que algunos de los que impulsan el acercamiento sean los primeros en alegar que Cuba no quiere estrechar relaciones con la Unión. Afirman que la dinastía de los Castro prefiere una política de tensiones, agregando que cuando en la Casa Blanca hay una disposición al diálogo, en La Habana se rompe el puente.

Aseveran que el gobierno de los Castro se gana una legitimidad interna y externa por la política de Estados Unidos, que el embargo le sirve de coartada al régimen y a aquellos que intentan justificar las depredaciones del totalitarismo, a lo que cabe preguntarse,¿por que entonces favorecer una política de cambio, si el régimen la sabotea?.

Tal parece que la mayoría de lo que defienden una entente cordial entre Cuba y Estado Unidos están convencidos que por el mero hecho de que Washington levante las restricciones existentes y suspenda el embargo, el gobierno de La Habana por mimetismo, o una especie de osmosis, va a cambiar su naturaleza y acceder a las demandas de propiciar una sociedad libre y abierta. ¿Ingenuidad o connivencia?

Sin dudas el embargo al régimen de los Castro se refleja en cierta medida en el pueblo cubano y puede servir de coartada al gobierno y a aquellos que intentan justificar las depredaciones del totalitarismo, pero ese argumento se invalida cuando se guarda silencio ante la represión y las restricciones que las autoridades de Cuba imponen a sus ciudadanos.

El ex presidente del gobierno español José María Aznar, que siempre ha abogado por el levantamiento del embargo, asegura que la miseria y opresión que padecen los cubanos son cosechas del comunismo insular y no consecuencia de esa disposición estadounidense, y afirma que para cualquier acción orientada hacia la democratización de Cuba, se debe tener en cuenta la oposición al régimen.

El desacuerdo entre los demócratas cubanos y la dictadura que los gobierna, debería ser el punto de partida de cualquier ofrecimiento serio que se oriente a resolver la tragedia de la isla. Todas las propuestas que ignoren a los demócratas cubanos, tienen un soplo de desprecio hacia aquellos que por años han confrontado la dictadura.

Cuando un gobernante calla ante las violaciones a los derechos humanos, apoya al régimen en los foros internacionales, viaja a Cuba y se niega a entrevistarse con la oposición, no tiene fuerza moral para hablar de cambios sino de complicidades.

Marzo 2009.