domingo, 23 de agosto de 2009

CUBA: OTRA HERENCIA TOTALITARIA


 

Recuerdo el encuentro con pesar. Hablar con aquel hombre dañó un poco esa gran parcela de amor a Cuba que llevo dentro porque golpea al confrontar el cinismo y el oportunismo desgarrante de un hombre de treinta años.

Una noche de diciembre me invitó un amigo a su casa con el propósito de charlar con un profesional cubano que se encontraba en este país en gira académica; término que con extrema facilidad se le aplica a cualquier visitante cubano que haya entrado a la Universidad.

Solo éramos seis personas, incluyendo al visitante. El joven, sin dudas, inteligente, de palabra fácil y en conocimiento de lo que hablaba nos describió una situación conocida pero que siempre escuchamos con pesar: miseria, represión, desencanto, censura a los artistas, la simulación masiva para sobrevivir, bolsa negra, prostitución, en fin, un cuadro desolador donde imperaba la falta de confianza y de esperanza. Nos habló de robo de bicicletas, tráfico de influencia, brutales asesinatos, robo de viviendas, de caminatas interminables para ir o venir del trabajo. Expuso cómo el teatro procura escaparse de la censura con guiones de doble sentido y hasta nos comentó de la película "Fresa y Chocolate"

Refirió el descontento generalizado en la población y nos relató cómo hacía varios años había confrontado con el poder total al disentir en ciertas situaciones.

A poco la conversación se fue haciendo más política. Empezamos a hablar de los intentos de reforma económica y de los posibles cambios políticos en la isla. El visitante manifestó que los cambios, de haberlo, tenía que producirlos el poder central. Expresó que no era posible presionar por estos, que nada se podía hacer. Me chocó el pesimismo en un hombre en la edad de los sueños y en las mejores fuerzas para realizarlos.

Más tarde el anfitrión le preguntó: ¿Qué espacio político tenía el exilio en Cuba? El visitante respondió; ninguno; que el exilio nada podía hacer. A galope, llegó la mía...  ¿Y las agrupaciones disidentes, la oposición interna, tienen espacio, capacidad de influenciar en la situación? La respuesta se repitió y añadió, solo el gobierno puede actuar.

Aquellas palabras me hundieron. Me dije, este hombre no tiene fe, no tiene esperanza. Por sus palabras se infiere que desea cambios sustanciales pero no es capaz de arriesgarse por ellos. Evoqué a Arcos Bergnes, en Cuba, más de sesenta años y en la brega por sus derechos y los del pueblo; pero también recordé a Tony Cuesta, que en su lecho de muerte pedía que se continuara la lucha iniciada hacía más de tres décadas.

La conversación se extendió un poco más. Habló de sus viajes por Europa Oriental. Su visita a Francia. De la novia que había dejado allá el pasado año y que la visitaría de nuevo en éste. De sus colaboraciones a publicaciones internacionales desde Cuba por las que podía recibir hasta doscientos dólares en pago y de su visita a Estados Unidos que indudablemente había extendido más de lo necesario.

Mi malestar se acentuó. Era mucho el cinismo, demasiado egoísmo. El tenía conciencia de la realidad cubana y aunque no le divertía disfrutaba los privilegios que la misma le otorgaba. En Cuba era un ser especial, de blue jeans y reloj Seiko; en el extranjero era invitado a pontificar sobre lo bueno, lo malo y lo feo, por supuesto en privado; era una vedette y algunos exilados con complejos le pedían excusas por las posibles críticas de las que podía ser objeto. Fuera de la isla comía bien, vestía a su gusto, jugaba a ser hombre libre, nunca en público, y regresaba cargado de objetos para él y su familia.

A los pocos días supe que un amigo había conversado con un académico cubano que hacía unos trabajos en Brasil que aunque no cesaba de criticar al gobierno se vanagloriaba de su amistad con Roberto Robaina, enfatizaba que los cambios solo los podía producir la dictadura, que nada se podía hacer fuera del gobierno, pero que por lo menos lo invitaran de nuevo cuando se le venciera la estadía.

Estas experiencias dolorosas dicen mucho del profundo daño que la dictadura ha causado, por lo menos, a un importante sector de la "inteligencia". El cínico pragmatismo de estos sin lugar a dudas privilegiados, es más que repudiable. Ellos no tienen la cobertura moral de decir que fueron confundidos, que actuaron por presión porque no creen en el liderazgo isleño, en ninguna ideología, no creen en el Derecho y tampoco creo que tengan miedo; simplemente creen en ellos, y desean un cambio lento hecho por el poder presente para conservar sus privilegios y de ser posible incrementarlos. Es el paroxismo de la desvergüenza, de la indignidad y la inconsecuencia.

 

Pedro Corzo

Diciembre 1996