lunes, 31 de agosto de 2009

POR EL DIALOGO Y EL BLOQUEO... ENTRE NOSOTROS

 


 

En los años que llevo fuera de Cuba he podido apreciar, que en muchas ocasiones, los calificativos que asignan ciertos sectores del exilio, pocas diferencias tienen con aquellos que la dictadura cubana imputa a sus opositores.

Con demasiada frecuencia escucho y leo, ataques a los llamados "dialogueros" y denuestos contra los titulados "intransigentes". En fin, una guerra de palabras que en los últimos tiempos no ha pasado a mayores porque las condiciones no han sido propicias para ello.

Las facciones se confrontan. Pierden tiempo, energía y credibilidad por la lucha interna. Se desgastan en ataques y contraataques, olvidando que el verdadero enemigo está en el gobierno y en Cuba. La división la hace la visión que cada uno tiene para hacer saltar la dictadura, lo que provoca un enfrentamiento que no deja de ser cruel aunque no esté corriendo sangre.

Con extrema facilidad los acusados de traidores y de haber olvidado los mártires de esta cruenta lucha devuelven el golpe, planteando que sus adversarios son insensibles a las angustias del cubano en la isla y que anhelan, al igual que el dictador, un final de holocausto a la nación, condimentado con una invasión yanqui.

De mutuo acuerdo se atacan y procuran desacreditarse, y por extensión le producen serios daños a la causa de la democratización de Cuba cuando separan  de la gestión política a sectores del exilio que repugnan las cazas de brujas y la búsqueda "del culpable total", tal y como lo ha hecho siempre la dictadura.

Bien pasados estamos de años para seguir jugando a "policías y ladrones", cuando la mayor parte de nosotros sabemos que no somos ni lo uno ni lo otro, por lo menos en lo que se refiere a la lucha contra la dictadura.

Experiencia suficiente debemos tener para no acusar sin investigar seriamente, y menos aún sentenciar sin pruebas concluyentes. Es prudente la duda razonable; traidores deben haber e infiltrados y fascistas también. Pero individualizarlos requiere conocimientos y evidencias irrefutables porque pueden perder acusado y acusador, y lo peor, la causa que todos decimos defender.

Para concluir me atrevo a sugerir a tan enconados adversarios: Luchemos por un diálogo entre nosotros; entendámonos nosotros y exijamos un bloqueo a las ofensas, a los agravios; que concluya el embargo a los acuerdos, a la cooperación y que cese el monólogo que nos impide avanzar en la realización de los justos anhelos que todos albergamos.

 

Pedro Corzo

Julio 2004