domingo, 23 de agosto de 2009

CONTRADICCIONES ENTRE DICTADURA Y OPOSICION


 

 

La dictadura cubana, durante más de tres largas décadas, ha vinculado la gestión económica con la política y esa identidad ha llegado indisoluble a los funcionarios, burócratas y al pueblo en general.

 

Hoy, la propia dictadura pretende disolver el vínculo entre política y economía. Trata de demostrar que se pueden producir cambios en una, la economía; sin que esto afecte la forma y fondo de la otra, la política.

Sin embargo, insertar el nuevo discurso en lo que podríamos llamar "la conciencia colectiva" de la clase disidente es extremadamente delicado y fuente de severos juicios y contradicciones. En esa conciencia ambas disciplinas están integradas y por laxa que ésta sea está habitada por valores, categorías, temores y demonios que no pueden ser exorcizados de la noche a la mañana.

 

En mi opinión, la crisis más grave del régimen no radica en la economía. El problema mayor está en la pérdida de confianza en la nomenclatura; en las contradicciones, dudas y nuevos temores que genera el cambio y también la realidad de que las nuevas reglas pueden ser ampliadas o eliminadas según determine una autoridad superior que continúa poseyendo la facultad de hacerles héroes o traidores.

 

El régimen absolutista se ha cimentado, en buena medida, en su capacidad represora de intimidación y de crear dudas y temores junto a una férrea disciplina en la gente y su entorno. El individuo y la masa reaccionaban ante un discurso coherente. Tenían conciencia real de que acción o pensamiento les podría hacer objeto de castigo o premio.

 

Actualmente las reglas han variado, o mejor expresado, no hay reglas. Todos los funcionarios actúan en arenas movedizas. Hay un orden caótico ignorado que se hace sentir cuando lo considera conveniente. Las posiciones dogmáticas de ayer, salvo aquellas que sostienen el poder, han sido substituidas por acciones y pensamientos de un oportunismo voraz y despiadado.

 

Las inversiones extranjeras son estimuladas, el país está realmente en venta. El patrimonio nacional se oferta en subastas internacionales. El exiliado, a conveniencia del régimen, puede mutar a emigrado. Los balseros ya no son traidores sino emigrantes económicos. Un buque de guerra estadounidense, después de secuestrar cubanos, se los entrega a la dictadura en uno de sus puertos. Se facilitan medios para que los cubanos trabajen en el extranjero, siempre y cuando retornen sus ganancias. Se dialoga con organismos financieros antes repudiados. La moneda por la que muchos fueron a prisión, el dólar, circula libremente en todo el país. La solidaridad internacional, que siempre fue un negocio, hoy se practica en detrimento del desarrollo nacional. Se puede trabajar por cuenta propia. Hay que pagar impuestos. Desaparece el pleno empleo. Servicios antes gratuitos tienen que ser remunerados.

 

Militares de alto rango, proceso Ochoa, son fusilados. Un zar de la economía, Aldana, que al parecer interpretaba los nuevos conceptos, es destituido. Ciertas expresiones del comercio y la industria artesanal, antes severamente reprimidas, son legalizadas. Militares de un país occidental intercambiarán conceptos con militares cubanos cuando éstos asistan a sus escuelas en España. El discurso, constantemente antiimperialista, es apenas audible. La dictadura por ratos se viste de civil. Los antiguos hermanos, países del extinto bloque soviético, nunca fueron realmente fraternos. El ejército, más que defensor de la soberanía nacional es productor de bienes y su propio distribuidor.

 

Se crea una clase gerencial que genera propios ingresos y goza de cierta autonomía. Muchos son ex-militares. Las ventas agropecuarias, antes prohibidas, responden a la oferta y la demanda. Un símbolo de fidelidad a la dictadura, Alicia Alonso, cambia de ciudadanía. Un viejo aliado, Robert Vesco, es hecho prisionero y puede ser entregado a un posible nuevo amigo, el gobierno de los Estados Unidos y... un cantautor de la Revolución, Pablo Milanés, incrimina y critica a un Ministro de la Revolución, una de las deidades vivientes del Panteón Nacional de la dictadura, Armando Hart.

 

En fin, la situación es harto compleja y la ciudadanía, particularmente el sector que tiene militancia política, en sus momentos de reflexión, análisis y conclusiones deben sentirse estafados y engañados. Los que confiaron, los que se dejaron seducir por promesas de un mundo justo y equilibrado deben estar confundidos y agotados.

 

Los que compraron y vendieron las promesas. Los que no estaban en el juego por convicción sino por satisfacción, deben estar alarmados. Ellos se formaron donde el terror y la economía se planificaban centralmente. Ahora tienen que improvisar. Los riesgos son capitales porque deben satisfacer las demandas del régimen sin poner en peligro la fe.

 

La ciudadanía común, esa inmensa masa que responde a estímulos y presiones, pero que es el verdadero depositario y actor del proyecto nacional en momentos de crisis por las reservas que contiene se encuentra en una coyuntura en que, debido a la flexibilización de ciertas normas, a la pérdida de la esperanza y el resquebrajamiento del proyecto político en general puede asumir una plena consciencia de sus derechos y activarlos como crea conveniente.

 

El poder de la dictadura tiene fisuras. El régimen no es tan monolítico como pudo serlo hace una década. Constantemente está obligado a ajustes y modificaciones que si no alteran la estructura la resiente. Las contradicciones no pueden ocultarse. El poder está fatigado, corroído, a pesar de su aparente dureza, al igual que una columna de hierro oxidada.

No es canto triunfalista. El agotamiento puede extenderse largo tiempo. Su acortamiento depende de cómo se conduzca la oposición detrás de los muros y fuera de los muros. Si no aplicamos fórmulas viables y novedosas que interpreten la dinámica del proceso de cambio histórico en forma multidimensional: El Mundo, Cuba, Poder y Oposición, pues, todo está dentro de la olla en ebullición; la dictadura podrá alargar su vida con cosméticos más o menos.

 

La oposición debe ser capaz de renovarse. De crear nuevos instrumentos. De cesar de repetir esquemas y proyectos. La dictadura, a pesar del dogmatismo, muestra capacidad de adaptación; nosotros debemos integrar nuevas fórmulas, elaborar proyectos que hagan imposible la renovación del castrismo y para eso requerimos un análisis a fondo. Una reevaluación de nuestro arsenal de ideas y acciones.

 

El cese de un debate interno que en vez de enriquecer, nos hace miserables y nos vuelve tan esquemáticos como la dictadura misma. Hay una realidad innegable, la dictadura ha fracasado en todo lo que no sea conservar el poder. El desencanto y la frustración está presente en toda la sociedad cubana. Es tiempo de replanteo. De ver qué debemos hacer para concluir la noche larga del castrismo.

 

Pedro Corzo

Junio 1996