viernes, 21 de agosto de 2009

Castro Buscando a Clinton


 

A estas alturas, 35 años y contando, no se si considerar a Castro un enemigo de los gobiernos estadounidense, en esta ocasión el del señor Clinton, o un simple adversario; que con extrema facilidad convierte su crisis doméstica en problemas de Washington.

 

Por años la dictadura isleña flota al país en la política exterior de EE.UU. y es de creer que, si no fuera por la constancia y sentido de nación de la colonia exiliada, es posible que el malestar que produce Castro en sus espasmos dictatoriales serían menos agudos y molestos para el Potomac. Castro y su régimen tal vez se hayan convertido para funcionarios y políticos de este país en una especie de herpe genital recurrente que molesta de tiempo en tiempo; pero que por años se puede convivir con él.

 

La dictadura, por sus intrínsecas características, ha podido salir fortalecida en los cíclicos conflictos que ha sostenido con Washington, porque el régimen de La Habana acentúa la crisis, aviva la angustia, clama que se acerca el final de los tiempos y más tarde busca un punto de coincidencia. Así ha sido desde Girón, la Crisis de Octubre, Camarioca, la intervención en Angola, el Mariel, Granada y la presente crisis mal llamada "de los balseros", que no es otra que la incapacidad del gobierno para satisfacer por sí mismo las necesidades más elementales de la población que ha ido derivando en una crisis política que con ayuda externa o no, puede quebrar la dictadura o llevarla a efectuar concesiones.

 

El régimen cubano, en sus diversas confrontaciones, las mencionadas y otras más, ha logrado producir el efecto de que es víctima y no victimario. Asume el rol de quien está consciente que será derrotado pero que la dignidad está a salvo. Su intransigencia es una pose porque la única razón es sobrevivir; ganar tiempo para ajustar la esencia de su proyecto ocultada por la forma de un discurso que dice lo que no se hace.

 

En esta ocasión, la primera gran crisis después de la desaparición de la Unión Soviética, la situación es diferente a las precedentes porque aunque ha logrado internacionalizarla, confundiendo o seduciendo a algunos al proclamar que la culpa es de un embargo que todos saben deficiente y del que no se hacía referencia en términos económicos cuando la URSS pagaba las cuentas, es también cierto que el Mundo Interior de Castro, léase Cuba, ya no es el mismo y no es sólo porque la nación en pleno está agotada física y moralmente por un régimen que sustancia sus valores en la sobrevivencia y en la manipulación más soez de quienes le sirven.

 

El gobierno cubano está consciente de su crisis interna y que producto de su capacidad represiva la oposición en ciernes o desarrollada va a huir; un síndrome normal en todas las dictaduras totalitarias, recordemos Hungría, Albania, Alemania Oriental, etc., pero que la huida en poco se puede convertir en una confrontación contagiosa que sume no sólo a los apáticos sino también a los aliados. En fin, el Poder sabe que si la economía está tocando fondo, la crisis política ya le está haciendo sombra y por ello repite la fórmula que hasta ahora le ha dado resultado: El problema de Cuba no es entre el gobierno y el pueblo sino entre Cuba y los EE.UU., llevando así el conflicto a un juego en el que tiene las de ganar porque si se tranca el dominó los dos se quedan con el doble nueve.

 

El régimen cubano ha desnaturalizado una crisis interna llevándola al plano internacional procurando la máxima confrontación política con un enemigo que aprecia, los Estados Unidos, porque éste, de resolverse la crisis, le facilitaría los medios para la sobrevivencia, aunque en esta ocasión tenga que hacer concesiones que nunca haría a la oposición cubana, y en caso de conflicto total, si los EE.UU. lo destruye, él tiene la conciencia de que su obra sobrevivirá y entonces sobre su sangre se podría construir una nueva leyenda davidiana.

 

Pedro Corzo

1994