lunes, 31 de agosto de 2009

¿ POR QUË ARISTIDE ?


 

Admito no comprender por que la democracia haitiana tiene que transitar por una personalidad controversial, intolerante y errática como la de Jean Bertrand Aristide. Sus antecedentes no parecen ser los que requiere un país en crisis profunda.

Su breve mandato se caracterizó por un discurso incendiario y revanchista que atizaba el odio y la venganza. Los derechos humanos en su gobierno, al igual que en los precedentes y el actual, fueron violados con el agregado de que Aristide confesaba que le gustaba el olor de los "collares".

Aristide fue elegido por el 67% del pueblo haitiano el 16 de diciembre de 1990 en comicios verificados por organismos internacionales. Pero este sacerdote en reposo, está en conflicto con el Vaticano por promover la teología de la Liberación, fue depuesto en septiembre de 1991 por un cruento golpe militar dirigido por los nunca extintos gorilas latino-americanos.

El acceso de Aristide a la primera magistratura estuvo precedido por situaciones convulsas y poco recordadas. A la caída de Jean Claude Duvalier, heredero directo de su padre Papa Doc, dinastía de dictadores que crearon el cuerpo paramilitar llamado Tonton Macoutes, matones revividos en los "attaches" de Cedras y el coronel Michel Francois, que imponen el terror en la sufrida nación haitiana, sobrevino un período de inestabilidad que parecía iba a concluir con la elección de Leslie Manigat, político de tendencia demócrata cristiana de largo exilio en Venezuela. Manigat, que nunca disfrutó del apoyo internacional de Aristide, fue brutalmente depuesto el 19 de junio de 1989 por otro gorila, el general Henry Namphy, que a su vez fue defenestrado por el general Próspero abril el 17 de septiembre de 1989. En marzo, en un intento de estabilizar el país, es designada la jueza Ertha Pascal Trouillot presidente provisional sin resultados favorables a la nación.

El 29 de septiembre de 1991, el presidente Jean Bertrand Aristide se asila en Venezuela. Al principio, todo parecía indicar que engrosaría la larga estadística de mandatarios en paro forzoso por obra y gracia de sus generales. Pero sin lugar a dudas nos equivocamos. Carlos Andrés Pérez, hoy presidente sin empleo, apadrinó a Aristide. Pérez, amenazó con intervenir: él, defensor de la No intervención y autodeterminación de los Pueblos, dijo estar dispuesto a llevar tropas venezolanas a Haití para reinstaurar a Aristide en su cargo. La OEA, un organismo ineficiente y burocratizado que se extingue en la pereza y la inoperancia proclama un embargo que es fácilmente violado por los propios países signatarios cuando los envíos son pagados por adelantado y de contado. Sin embargo, un posterior embargo promulgado por Naciones Unidas fue más efectivo y obligó al general Raúl Cedras a negociar el gobierno con el depuesto Aristide.

La figura de Aristide se reproyecta. Se convierte en el símbolo de la democracia en su país. Disfruta de un apoyo internacional para su reposición que tal vez solo tenga un precedente similar en el mundo, el del arzobispo Makarios, presidente de Chipre, depuesto en 1974, y reinstaurado en su mando meses más tarde.

En América no existe antecedente igual. Sin embargo, la solidaridad hemisférica quienes más la manifiestan son los Estados Unidos y el Canadá, está más orientada a Jean Bertrand Aristide que a la nunca concretada democracia haitiana. Es sorprendente, y ojala no estén inaugurando una doctrina que tienda a apuntalar el árbol y descuidar el bosque. Sería nefasto para Haití, y tal vez usado en Cuba mañana.

La violación de los acuerdos de la Isla Gobernador por el régimen de Cedras y los injustificados crímenes promovidos por el propio gobierno han creado un clima nacional altamente explosivo y provocado un intervencionismo mayor en los asuntos haitianos por parte de organismos internacionales y naciones extranjeras. El bloqueo a la isla es una realidad al extremo que el gobierno de Estados Unidos ha puesto en el tapete una posible intervención de fuerzas militares en la isla caribeña.

Es necesario que la solidaridad de los países democráticos se manifieste trabajando por la instauración de un régimen de corte similar en Haití, pero sin personalizar el cambio. Sin pretender imponer una figura que aunque tal vez disfrute del apoyo mayoritario de la nación en el ejercicio de un mandato puede incurrir en desviaciones de las que serían corresponsables las instituciones y naciones que le auspician y hasta el concepto mismo de solidaridad.

Pero hay otro elemento a considerar. Si las prácticas disuasorias actuales con Haití, en las que están implícita la fuerza de las armas, es la expresión de que un gobierno de fuerza no es representativo de la nación en cuestión y que por lo tanto las figuras del derecho internacional "autodeterminación y no ingerencia", no son aplicadas a gobiernos no elegidos libremente es una política a elogiar siempre y cuando su ejecución no se reserve solo a los países militarmente débiles. Si el "moderno" concepto de solidaridad democrática vale lo mismo para Brasil, Haití y Cuba, podemos sentirnos orgullosos.

La crisis haitiana es tan seria para ese país como para los que están involucrados en el problema y sin duda alguna puede influir en la no menos grave crisis cubana. De su solución se puede adquirir provechosa experiencia. Si el diálogo, la reconciliación y la flexibilidad triunfan sobre los dogmatismos puede cundir el ejemplo. Si Cedras y Francoise guardan las armas, cesan los crímenes y renuncian al poder que usurpan; Aristide puede dictar una amnistía, ampliar su gobierno, y hasta llegar a amar a sus enemigos, pero de no producirse esto en Haití es difícil que los cubanos opositores aliados del presidente derrocado puedan aplicar las fórmulas que promueven en Cuba.

 

Pedro Corzo