domingo, 30 de agosto de 2009

UN VIAJE PARA REPETIR


 

Sin lugar a dudas, la mayor parte de los viajeros escogemos cuidadosamente el objetivo a visitar y le prestamos poca atención al medio que vamos a usar para alcanzar la meta, pero por suerte, en mi último viaje que fue a Israel, gracias a las sugerencias de un amigo entrañable, aprendí que si la región o el país a visitar es el motivo fundamental no es por eso menos importante la línea aérea que se va a utilizar.

 

 El me recomendó una línea aérea que es la expresión más genuina de la excelencia, tanto en el servicio como en la seguridad: British Airways, una compañía británica que bien merece la corona real que la identifica porque es capaz de transformar sus aviones en un sitio tan placentero que uno puede imaginar que se encuentra en su rincón más querido.

Todo el viaje en British Airways fue más que satisfactorio. Sin demoras o extravíos  de equipajes. Sin tener que ratificar fecha de regreso ni número de vuelo, misión inevitable que tuvieron que cumplir los que viajaron en otras aerolíneas; y eso que mi estancia en Israel se extendió por más de dos semanas y debí realizar cuatro cambio de aviones.

 

La llegada a Israel, país que visité por invitación del Instituto Ibero-Americano Cultural Israelí, a través de su consulado en Miami, fue tranquila, sin sobresaltos, sin los grandes registros de equipaje que por razones de seguridad se efectúan y, justo es destacarlo, con una rapidez y cordialidad en los departamentos de inmigración y aduana mejores que los que a veces padecemos en el Aeropuerto Internacional de Miami

 

Israel como país es difícil de describir. La diversidad nacional de sus habitantes, los diferentes idiomas que se escuchan, el arco iris de la piel de su gente y una geografía hermosa, condimentada con la historia más rica que pueda poseer pueblo alguno, convierte la estancia en una experiencia extraordinaria.

 

Disfruté Israel, y si no soy tímido en recomendarles British Airways tampoco lo soy en decirles que traten de visitar un país que es raíz de humanidad, crisol de culturas y la expresión más contundente de una nación que se ha comprometido a constituir un estado que Nunca Más posibilite que el pueblo vuelva a sufrir los horrores de la discriminación, persecución o aniquilamiento por motivos raciales o religiosos.

 

Del aeropuerto Ben Gurión, en las proximidades de Tel Aviv, partí hacia Jerusalén. Llegué a la Ciudad Santa de noche. Unos centenares de metros sobre el nivel del mar. Un clima agradable, en un monumento de historia con las comodidades de la modernidad.

 

Al otro día entré a la Ciudad Vieja por la histórica puerta de Jaffo. Visité los barrios árabes y judíos y sin que existiera una relación seráfica se podía apreciar, lo pude comprobar en mis otras visitas a diferentes sitios del país, que es posible la convivencia entre ambas naciones si se realiza un esfuerzo serio por disminuir las diferencias.

 

Meta voluntaria e inevitable fue visitar el Santo Sepulcro. No profeso religión, mis creencias sobre ese tema son muy caóticas, nada firmes y contradictorias, sin embargo, puedo asegurarles que hay algo especial, diferente,  de lo que no es posible sustraerse cuando se palpa la piedra sobre la que se dice descansó el cuerpo de Jesús.

 

Los museos de Israel son un plato fuerte. Un compromiso humano que rechaza lo indigno de la humanidad cuando se envilece. El Museo a las Víctimas del Holocausto, como la visita al Museo de la Diáspora o al Instituto de la Memoria Histórica, a la Universidad de Tel Aviv, a la Biblioteca Nacional, al Palacio de Justicia son experiencias inolvidables y también al Museo de Israel, en Jerusalén propiamente dicho.

 

El arte sin contaminación, si es que esto es posible, se palpa en los teatros y otros museos; disfruté la orquesta sinfónica, el grupo de baile Vértigo, el Ballet Moderno, la Cinemateca Nacional, y lamentablemente me quedó mucho más por ver.

 

Israel tiene para ofrecer no sólo historia sino también modernismo. Tel Aviv, la capital, es una ciudad de luces, de fiestas, y al igual que el resto de las ciudades del país, particularmente Jerusalén, de una intensa vida cultural.

 

En las puertas de Tel Aviv hay un puerto de cuatro mil años de historia, tocado por los fenicios y por todas las culturas mediterráneas.

 

Entre otros lugares visité la ciudad de Tiberíades a la orilla del Mar de Galilea; estuve en Capernaúm, en la casa de Pedro, el discípulo de Jesús, y el Kibutz que está al pie de las alturas del Golán en las fronteras con Siria.

 

El mar de Galilea lo navegué en un bote réplica a los de la época de Jesús. El río Jordán es un hilo de agua incapaz de reflejar el monumento a la historia que es ese accidente geográfico.

 

Almorzamos en una aldea árabe. El alcalde nos dirigió la palabra y aunque es evidente que el nivel de vida del judío es superior al de los árabes, se palpa que éstos están en pleno ascenso económico y su participación en la vida del estado de Israel tiende a ser más importante.

 

Sin relatar muchas más experiencias por cuestiones de espacio, les cuento sobre el viaje al Mar Muerto. Fue una visita breve, pero su baño medicinal, las instalaciones que hay en sus alrededores hacen muy placentera la estancia. Recuerden 400 mts. bajo el nivel del mar y la imposibilidad de vida en el mismo por el alto contenido de sal en sus aguas lo hace único en todo el planeta.

 

De ahí a Masada. El monumento al heroísmo, a la resistencia, a la ocupación extranjera. Las ruinas del Palacio de Herodes, los canales de agua, los baños romanos nos hicieron recordar otra visita a las ruinas de la ciudad romana de Beit sheán que están en proceso de excavación y restauración.

 

Un día de febrero correspondió al regreso. De nuevo visité la ciudad vieja de Jerusalén. Caminé sus calles romanas, visité otros museos y volví al Santo Sepulcro. La experiencia se repitió. Me sentí diferente en aquel lugar y lo atribuyo a la divina humanidad que allí se expresa.

 

 Pedro Corzo

Marzo 1997