domingo, 30 de agosto de 2009

SOLIDARIDAD Y DESPOTISMO


 

Sin lugar a dudas el exilio cubano ha expresado, de manera constante, un sentimiento de solidaridad humana hacia sus compatriotas que difícilmente, salvo la asistencia internacional de los hebreos hacia Israel, puede encontrar paralelo en el mundo moderno.

 

Este exilio no solo ha mantenido viva la causa política que lo llevó al destierro y fortalecido el concepto de nación a través de nuestras expresiones culturales, sino que la idea "familia" como pueblo y núcleo social, ha sobrevivido los largos años de separación, la distancia, las ideas políticas y hasta las ofensas e injurias que en no pocos casos sufrieron muchos exiliados cuando un inquisidor de su entorno se enteraba que él o ella se iría del país.

 

En los años de gloria, cuando el castrato y sus acólitos se creían poseedores del presente y futuro, los funcionarios burócratas, militares y hasta simples ciudadanos eran coaccionados a "olvidar al amigo o pariente" que se marchaba. Cierto es que muchos resistieron la presión y la represión subliminal que contrariar tal mandato implicaba; pero no pocos se prestaron gozosos de hacer público su repudio. Su fe revolucionaria tenía un slogan abominable "Yo sí no creo en nadie, ni en mi familia cuando de la Revolución se trata".

 

La dictadura penetró la casa. Dividió la familia y parte de ésta se prestó al juego, y aclaramos que en aquellos tiempos el juego no se practicaba para sobrevivir sino para vivir mejor; miserias humanas. No es difícil recordar padres, hermanos y hasta hijos que proclamaban que sus allegados eran unos traidores por el solo hecho de salir de Cuba. Presente estaba, cuando un joven de unos veinte años le dijo a su padre, mi amigo, "Si te vas, hazte la idea de que estoy muerto". Hoy está aquí, y el que está muerto es su padre.

 

Eran tiempos en que nuestras cartas tenían menos respuestas, y mirar fotos de enemigos de la Revolución era casi un crimen. También una llamada internacional podía contaminar y era trapo sucio hablar de amigos o familia en el exterior. En fin, todo el que se iba era para un sector del país un desertor o traidor, aunque nunca hubiesen estado con la revolución.

 

De veras, y es bueno no olvidarlo, no para incriminar, si no, como experiencia, mientras unos envilecieron, otros hicieron del amor a la familia y a la amistad una arriesgada virtud. Unos posibilitaban la destrucción del pilar fundamental de la sociedad: la familia; y otros atesoraban la raíz, allá y acá, sin importar tempestades, hasta lograr su presente fortalecimiento. Por suerte, el concepto familia ha renacido, al igual que la religiosidad. Los que nunca repudiaron sangre o amistad y los que siempre hicieron de su fe religiosa un soporte para su existencia, han triunfado.

 

La solidaridad del exilio se ha expresado en estos 38 años en forma diversa: casa de asistencia a cubanos en España, Estados Unidos, Venezuela, etc. Hoy, en la Florida está el Hogar de Tránsito en Cayo Hueso y la Casa del Balsero en Miami. Hay agrupaciones de detección aérea, cuatro, aunque la más conocida es Hermanos al Rescate, que vuelan regularmente con el solo propósito de encontrar cubanos en el mar.

 

También existen unidades de rescate naval, y ayuda económica a cubanos en países como Sto. Domingo, Méjico, Jamaica etc., que expresan su apoyo sin preguntar antecedentes o militancias pasadas. Esa solidaridad se manifiesta hacia quienes salieron, pero hay otra tal vez menos espectacular pero más íntima y sentimental que es la ayuda a la familia en la isla.

 

Durante años, a pesar de saber que la dictadura explotaba sus sentimientos, el exiliado envió paquetes de ropa, alimentos y medicinas, y hoy, que la crisis del régimen le ha obligado a reducir restricciones, envía también dinero en cantidades que amenazan en convertirse, en corto plazo, en la principal fuente de ingreso en moneda extranjera del gobierno.

 

Tal vez en el futuro se cuestione la efectividad política de los exiliados; es posible que cuando reposen los tiempos se vean mejor nuestros errores en el proyecto de derrocar la dictadura y en otras actividades; pero en algo sí creo que podemos estar tranquilos, y es en nuestro sentir de pueblo, porque nunca hemos negado nuestras raíces y que la familia sigue siendo nuestra, aunque estemos en tierra ajena.

 

Pedro Corzo

1997