lunes, 24 de agosto de 2009

Venezuela, mi gratitud.

Cada uno y todos aquellos que decidimos en un momento determinado abandonar a Cuba tenemos una eterna deuda de gratitud con los Países que nos acogieron y en particular con la ciudad donde empezamos a andar libres del control de un estado omnipresente.

 

Les confieso que me molesta en extremo escuchar a un cubano hablar mal del país que en su momento de correr le sirvió de meta. Por supuesto que las cosas no siempre marcharon bien, que en las rutas que escogimos encontramos buenos, malos y feos como en aquel oeste inolvidable, pero al final estábamos en libertad, podíamos hablar sin miedos y con un poco de esfuerzo y un buen viento de popa en cualquier momento podíamos hacer una nueva escala en el "paraíso" de nuestra elección o simplemente, permanecer en el que nos había adoptado como hijo, ese era nuestro derecho, desconocido en nuestra patria.

 

Les cuento que mi primera casa en libertad fue Venezuela, por eso mi compromiso con ese país es permanente y esta por encima de cualquier situación coyuntural que padezca ese pueblo de hombres y mujeres que me acogieron como uno de los suyos. Problemas tuve, dificultades confronté, no todo fue miel sobre hojuelas pero fue allí donde conocí a plenitud lo que era tener independencia personal, decidir sobre mi futuro y optar por lo que quisiese, ya que tenía el derecho de fracasar, equivocarme, rectificar y si poseía voluntad levantarme y echar andar después de las mil y una caída.

 

Trabaje, duro y constante. Mi hija estudió, compré una casa, automóvil pero lo mas importante era que nada ni nadie me impedía expresar mis opiniones, cierto que no eran del agrado de todos, pero a mi tampoco me gustaban las que algunos expresaban, por eso aprendí a tolerar, a debatir y a aceptar que la verdad no estaba en mi bolsillo. Venezuela me hizo ciudadano, conocí de deberes que se deben cumplir y de derechos que me deben respetar.

 

En Venezuela publiqué mi primer artículo, en Cuba había escrito decenas en una vieja Remintong pero solo los leíamos entre amigos. Mi bautismo en letra impresa me lo hizo "El Carabobeño", no conocía a nadie en ese diario, enviaba y publicaban. Nunca me preguntaron quien yo era ni me dijeron si estaban o no de acuerdo con mis colaboraciones, era un ejercicio de independencia ciudadana que no había conocido en mi país, libertad que también disfrutaban los defensores del totalitarismo castrista. Después escribí en otros diarios venezolanos, pero el mas generoso fue "El Mundo", allí el director Héctor Collins  publicaba semanalmente mis colaboraciones, como he recordado en mas de una ocasión con mi gran amigo Manuel Malaver.

 

No quiero describir una Venezuela perfecta, porque esa no es la verdad. Había injusticias sociales, pero paradójicamente los obreros tenían más beneficios que los del paraíso proletario de donde yo venía. Tenía una estructura sanitaria y educativa que sin ser la mejor del mundo cumplía muchos de sus objetivos y los que no satisfacía era mas por la corrupción de algunos funcionarios que por falta de previsión de los sistemas. También acaecían crímenes políticos, abusos de autoridad y poder, corrupción, y no faltaban políticos inescrupulosos, lacras que perjudican a cualquier país y que están presentes en alguna medida en todos los rincones del planeta.

 

Sin embargo aunque había frustración en ciertos sectores, nunca percibí un odio entre las clases mas allá de lo que he podido apreciar en otros países; tampoco estaba presente el racismo como expresión institucional. Podía haber rechazo por un color particular pero eran expresiones personales porque el país en su conjunto no se relacionaba por el color de la piel de sus individuos.

 

En Venezuela aprendí, no por intuición sino por experiencia que la vida de corral no era para mi. Vivía en un país en libertad, en contradicción constante y con líderes y propuestas publicas que se adversaban sin llegar a  caerse a tiros, aunque no hay reglas sin excepción. Recuerdo que

una noche de octubre de 1981, presencie en Valencia un acto político en el que un dirigente de la antigua guerrilla pro castrista decía horrores del partido Acción Democrática y sus lideres y a unas cuadras de distancia un líder "adeco" despotricaba contra todos y prometía la solución a todos los problemas. Aquello fue impactante, venia de un país donde solo podía hablar en voz alta en contra del gobierno en las circulares del presidio político de Isla de Pinos.

 

Conocí a mucha gente buena, noble, desinteresada, gente que  ayudaban de la forma que le fuera posible. Asimismo me relacioné con amigos de la causa democrática cubana, gente que sabia lo que pasaba en la isla y cooperaban. También supe de los amigos del Castrismo, de enemigos de la libertad que estaban en el gobierno y en la oposición, de altos funcionarios gubernamentales y de gobiernos estatales  que se aproximaban al totalitarismo cubano para conseguir algún tipo de bendición especial o simplemente hacer negocios que le fueran ventajosos. Nada nuevo bajo el sol. 

 

Valencia, la ciudad en la que residí la mayor parte del tiempo que estuve en Venezuela, tiene un sitio especial en la gran valija de mis recuerdos. Allí crecí como ciudadano, pase muy buenos sustos que me ayudaron a madurar, trabajé con ahínco y nunca deje de luchar, en la medida de mis posibilidades por el derrocamiento del castrismo.

 

En Valencia le erigimos un Monumento a José Marti, en un parque público que reconstruimos con el permiso de las autoridades. El Comité que se constituyó, presidido por Monseñor Eduardo Boza Masvidal y el Circulo Cubano Venezolano que latía en el corazón de ese cubano ejemplar que se llamó Jesús Jaramillo, sumaron esfuerzos para rendir tributo a la memoria del Apóstol. Recuerdo que en aquella labor nos unimos cubanos y venezolanos y ambos pueblos nos fundimos una vez más cuando un grupo de partidarios del castrismo intentaron celebrar un 26 de Julio en el parque de Libertad en el que ellos no habían puesto una sola piedra.

 

Por eso mi compromiso con Venezuela esta sin cerrar, nunca podré pagar ese préstamo  porque nada amortiza una deuda de gratitud.

 

Pedro Corzo

 

Febrero 2007.