viernes, 25 de septiembre de 2009

LA HORA 25 TIEMPO PARA TREPAR

No tengo dudas que estas cuartillas van a ser causa de discusión con varias personas que estimo y respeto.Mas aun, no tengo dudas que más de uno va a acusarme de bilioso, frustrado e intolerante; pero vale la pena el riesgo por tal de exorcizar los demiurgos particulares que me atormentan sin cesar ante tanta falta de identidad, oportunismo y connivencia.

 

Soy de los que cree que el individuo tiene compromisos ineludibles en la sociedad que vive. Qué tan culpable es quien comete un crimen como quien lo contempla impasible. Que el concepto de justicia no se adquiere sino que es congénito. Que el bien y el mal solo tiene un paralelo: No hacerle a otra persona lo que no creemos justo para nosotros. Que el derecho de uno termina donde empieza el del prójimo. Que ningún concepto filosófico justifica aplastar la dignidad de nuestros semejantes. Que la tolerancia no implica impunidad. Que la reconciliación es posible si existe una contrición sincera de las partes. Que lo único que es tan importante como un hombre en la comunidad es otro hombre y que por ningún motivo ni uno u el otro deben ser mancillados y que si los hombres se identificaran por sentimientos y no por ideologías el mundo sería más comprensible y menos caótico.

 

Tal parece que la sociedad moderna, en buena medida dirigida por tecnócratas, ha filtrado en casi todos nosotros conceptos utilitaristas donde lo importante son los resultados y no las vilezas en que se puede incurrir para obtenerlos.

 

Parece también que la moral, los valores éticos que han caracterizado nuestra sociedad occidental y que todos resumimos en denominar ética cristiana se han convertido en un lastre porque aún aquellas personas que se han conducido dentro de esos cánones tienden a justificar a quienes los han violado.

 

También es posible que se pregunten el por qué estos apuntes se titulan La Hora 25, si tal

 hora no existe, y es que es una manera concreta de recordar a un hombre, Constantin Virgil Gheorghiu, que de un modo desgarrador y angustiante describió en sus libros, uno de ellos titulado la Hora 25, cómo el individuo-masa se empeñaba en roer los cimientos morales de la sociedad por tal de destruir al hombre.

 

Opino que Gheorghiu, se anticipó a su tiempo y fue una especie de profeta del desastre porque nunca antes hemos estado más próximos a esa hora 25 que en el momento presente y no cuando él fue capaz de avizorarla en 1949, fecha en que escribió su primer libro.

 

En estos tiempos se justifica todo. Se comprende todo. La sociedad es laxa y los valores se estiran más que una goma de mascar. La responsabilidad se diluye en una complicidad generalizada al extremo que la víctima puede ser considerada provocador de su victimario y que las acciones de éste son causadas por una educación ineficiente, hogares en conflicto o creer que un volcán en erupción en las antípodas le indujo a cometer delito.

 

Otros tal vez cuestionen el por qué de estos apuntes y la respuesta es sencilla y es que agravia contemplar una sociedad que premia a quienes han rehuido compromisos con su comunidad, o lo que es aún más deleznable, glorificar a los que han cometido crímenes contra sus conciudadanos.

 

Todos tenemos tiempo y espacio para errores y equivocaciones y también para rectificar; pero cuando nuestras acciones han causado perjuicios la responsabilidad ante las mismas es ineludible y se debe saldar la deuda contraída pero, lamentablemente, en este mundo de hoy es más fácil ir a la bancarrota moral que asumir una y todas las responsabilidades  con nuestros acreedores..

 

Recuerdo que en los años 60. En Santa Clara, Cuba, ciudad de mis esperanzas, existían dos sectores de jóvenes militantes entre numerosos inapetentes de compromisos políticos que integraban  un grupo mayoritario  que fácilmente fue asumido por la sociedad totalitaria que se engendraba. Aquella mayoría contempló, con una mezcla de miedo, indiferencia y satisfacción cómo ambas facciones  se enfrentaban y como la muerte, la cárcel, el destierro o la no menos angustiante conversión a No Persona aniquilaba a una de las dos vertientes.

 

Estaba yo en el grupo de los perdedores en término político, porque sin lugar a dudas el fracaso del sistema nos reivindicó ideológicamente. Decenas fuimos a prisión o al destierro donde se continuó luchando mientras fue humanamente posible. Otros encontraron la muerte y de los que permanecieron en la isla pocos soportaron con un estoicismo superior a cualquier otro tormento una sociedad que les ofrecía privilegios a cambio de una sumisión cómplice.

 

De aquella mayoría sin compromiso un sector partió al extranjero, y a expensas de no participar en el drama de su nación y a costa de muchos sacrificios y esfuerzos personales reconstruyeron sus vidas y hoy son respetables y productivos ciudadanos de su congregación, condición que no impide que muchos hayan retornado a su raíz y quieran restablecer los interrumpidos vínculos con su tierra nativa; acción que les enaltece, pero que en mi opinión hace obligada una pregunta, ¿Por qué no cumplieron con el país cuando más energía tenían y más podían hacer; o es que la vuelta a la matriz está motivada por los mismos intereses bastardas que les obligaron a huir?

 

Por supuesto que de ese grupo mayoritario los más quedaron en la isla. Muchos envejecieron con penas y ninguna gloria; integrando anónimamente y debido a lo compulsivo del sistema, la maquinaria destructora del totalitarismo.

 

Un sector minoritario de la mayoría se sumó a los triunfadores y a pesar de no poseer las convicciones del núcleo original fueron capaces de desplegar energía suficiente para trepar por la estructura del poder; al extremo de que creyentes y conversos, ya confundidos por la comunidad de crímenes de sangre y de conciencia cometidos, fueron capaces de depredar su entorno en aras de una supuesta sociedad más justa, o en beneficio de sus miedos o intereses más bastardos,  y que conste, que la diferencia de motivos no debe eximir  la responsabilidad por las acciones.

 

Pero el tiempo hacedor y destructor de sueños y promesas nos ha convocado a esta Hora 25 en la que la deserción se premia y al que confronta se cuestiona; en la que antiguos aliados se profesan una agresiva hostilidad y viejos enemigos comulgan en el mismo templo y como si fuera poco los criminales de sangre o de conciencia se reciben como héroes en detrimento de quienes nunca disfrutaron los platillos y los bombos de la ya quebrantada dictadura.

 

Pero justo es reconocer que aun en esta Hora 25, la que viene después de la Ultima Hora, todavía quedan unos pocos que tienen convicciones, que conservan sus valores, y para todos ellos, estén a favor o en contra, allá o aquí, pero mientras crean sin utilitarismo, y sin importar trincheras, mis respetos; para los que murieron por lo que creían, aunque estén en la zanja opuesta, mi admiración. En tiempos como éstos hay que respetar al que cree, al hombre que desesperadamente y con pocas esperanzas defiende la espiritualidad y la dignidad del hacer por principios y no por conveniencia.

 

Pedro Corzo