viernes, 25 de septiembre de 2009

LA JUSTA TOLERANCIA


 

Cuba enfrenta la crisis más grave de su historia. No solo política, social y económicamente el rojo de peligro estalla incesantemente sino también el sentido de nación, el amor a las raíces que junto a ciertos cánones éticos hacen viable una sociedad, confrontan una posible explosión que destruya o desarticule sustancialmente la nación.

El alto riesgo, el cierto peligro está en nosotros. En los hombres y mujeres de allá y de aquí. En los que por beneficios reales o supuestos sustentamos personalidades y proyectos que sabemos inviables. El oportunismo, junto al egoísmo y la avaricia están erosionando la nación aún fuera de su frontera física. Cada uno de nosotros integra el cuerpo nacional y si habemos muchos enfermos la nación está podrida.

No escribo sobre la república. Ni sobre los buenos o los malos que hemos tenido en el timón a través de nuestra historia. Escribo sobre pequeños cómplices que sin percatarnos hemos ayudado a cocer el terrible bodrio que tendrán que ingerir nuestros hijos.

Hasta cuándo los cómplices sin culpa y los no culpables practicarán la tolerancia. Por qué seguir permitiendo que tirios y troyanos manipulen la casa. Por qué mandar dinero o paquetes a Cuba. Acaso no sabemos que el pequeño beneficio de la familia se hace grande en la cartera de la dictadura o en el de la compañía de envíos. No podemos ignorar que la casi totalidad de los que reclaman el fin del embargo tienen negocios con la dictadura (esto significa ganancias en metálico) o proyectan acciones políticas que redundan en beneficios personales.

Tampoco podemos participar en la ronda de los intolerantes de oficio que medran a costa de una intransigencia que no tiene antecedentes en la vida de muchos de ellos. No es justo aceptar que estos tropicales remedos del senador Mc Carthy acusen de traidor, colaboracionista, agente o infiltrado a quienes confronten el proyecto que ellos impulsan. No es razonable permitir tampoco que la democratización de Cuba sea un medio para amasar riquezas y poder, a través de las relaciones y contactos que ese esfuerzo produce.

No es justo permitir que ciertos políticos de esta orilla usen la causa de la democratización de Cuba como pasaporte a la victoria cuando, salvo en contadas y honrosas excepciones, esta les importa un bledo.

Hasta donde ha de llegar la justa tolerancia con los antedichos y con aquellos que están en Cuba usufructuando la situación. Muchos cubanos de la otra orilla no encontrarán alforjas para cargar sus culpas. Los que practican la bolsa negra, haciéndose ricos, hoy en dólares, a costa del hambre y la miseria de sus conciudadanos.

La inmensa mayoría del reducido campesinado independiente, exige pago en dólares a precios exorbitantes por cualquier artículo que mitigue el hambre. Los que negocian salidas ilegales, también por dólares, conociendo los peligros y riesgos que afrontará una persona que junto al dinero perdido puede extraviar la preciada existencia. Y las llamadas jineteras, que se prostituyen por medias o creyones labiales poniendo en baja cota la moral de la mujer cubana.

Pero ni con todos los anteriores ha de tener fin la justa tolerancia.

Hay un sector con el que la tolerancia se ha convertido en debilidad y es con quienes dirigen y soportan el tinglado de la dictadura. La deserción no puede exculpar ciertas instancias de responsabilidad. Es difícil de creer pero tal vez se pueda ser ciego, sordo y tonto políticamente por 35 años. Pero cuando se recupera la vista, el oído y la razón política perdida por el shock sufrido ante el descomunal fracaso del proyecto por el que se mató, encarceló, mintió, golpeó, vejó, desorientó y humilló por tres largas décadas lo menos que puede exigir el decoro y la decencia personal es confrontar, con los riesgos que esto implique, la causa que se defendió a costa de la sangre, la libertad y dignidad de los que ayudaron a oprimir.

Basta de tolerancia criminal. Es justa la tolerancia, pero el permisivismo a veces glorificante en que caen ciertas instituciones y hasta empresas comerciales no ayuda a la implosión. El exilarse no nos redime de culpas y responsabilidades. El golfo de Méjico no es un Jordán americano. Nosotros no somos sacerdotes o jueces para eximir o sancionar; pero sí tenemos el derecho y el deber de señalar a los culpables, de ayudarles a hacer conciencia de sus crímenes... que solo pueden mitigar cuando decidan enfrentar lo que ayudaron a crear.

 

Pedro Corzo 1994