jueves, 3 de septiembre de 2009

LOS DEPREDADORES

 


"El respeto al derecho ajeno es la paz"

 

En ocasiones de las conversaciones mas intranscendentes surgen reflexiones y recientemente sostuve una que me ayudó a entender  un tipo de homo sapiens que al parecer tiene su mayor índice de proliferación en los estados totalitarios: los depredadores.

 

Existen en cualquier sociedad. No son productos exclusivos del dogmatismo y absolutismo pero las sociedades que  se rigen por un régimen totalitario son mucho más proclives a generarlos.

 

Un depredador destruye su entorno. Roba, comete pillajes y es autor de exacciones. También malversa y puede hasta matar, pero todo lo ejecuta devastando, despreciando y envileciendo el sujeto de su acción y el medio o los medios que lo sostienen.

El depredador no es un simple criminal embrutecido en su ignorancia y maldad. El depredador es un ejecutor a conciencia, que sabe lo que hace y lo que quiere, y no le importa qué forjar para lograr su objetivo.

 

Por lo regular un delincuente común no llega con sus actos a la aberrante condición de depredador. La crueldad de un malhechor puede ser ilimitada, su perversión absoluta, pero sus objetivos son casi siempre inmediatos, tangibles y mensurables.

 

El delincuente común, el ladrón, el asesino, gusta destruir y adquirir lo que le apetece, pero no se involucra en la destrucción de los conceptos, en el aplastamiento de la idea o el envilecimiento de la víctima y sus nociones sobre la sociedad y el hombre.

 

El depredador sí. El depredador está asistido por ideas y conceptos y tiene la convicción, o el cinismo suficiente para simular que su obra responde a teorías que justifican sus acciones. Sabe asumir discursos y proyectos. Se ofrece como un servidor público y no como un ejecutor privado.

 

Un depredador no tiene que ser precisamente un individuo violento. Un censor, un vocero oficial, el intelectual más depurado puede ser un depredador tan letal y eficiente como su homólogo de horca y cuchillo. Un intelectual, un laborante de la idea, ya sea a través del periodismo, la creación plástica, literaria, etc. se convierte en depredador a partir del momento en que asume la labor de juez y fiscal de la creación ajena y guardián protector de los valores de la fe que dice profesar.

 

Su acción de discriminar, impugnar, perseguir, vejar y humillar a quien disiente del pensamiento oficial trasciende los preceptos de la doctrina porque en realidad su conducta está vinculada a su formación ética y moral.

 

Los depredadores obvian que las  convicciones propias nada tienen que ver con las ajenas, que las ideas son para ser divulgadas, expuestas y argumentadas no para imponerla a través de la coacción y la capacidad de intimidación de que se dispone.

 

Un depredador, no importa el ambiente, las circunstancias históricas o la fecha de su acción; puede estar contrito, deplorar sus acciones pasadas y estar genuinamente dolido

de sus actos pero su comprensión no es sincera si procura encontrarle justificación a sus pasadas vesanias porque aunque la acción de Depredar puede expresarse colectivamente, no deja de ser un hecho individual, de soberanía personal que resalta u opaca los valores de la persona.

 

La acción de "depredar" es amplia, devastadora, polifacética y multiforme. El depredador va a la raíz de lo que quiere destruir y para ello se embarca en una tarea absorbente en la que se integra plenamente a un curso de pensamiento y acción donde la duda es un delito, la reflexión no encuentra espacio y la solidaridad es una debilidad punible.

 

Es posible que la inclinación a depredar de ciertos individuos esté en sus genes. Tal vez el factor herencia le juegue a nuestro buen vecino de la víspera una mala pasada, en la que seamos nosotros los que llevemos la peor parte; pero es indudable que en otros depredadores esa es una "virtud" adquirida que se fortalece en el medio que le favorezca.

Pero con pocas dudas es evidente que los depredadores, sin importar la causa de la comisión de sus hechos, en cualquier momento pueden sufrir una mutación y entonces vamos a conocer los "Renegados".

 

Estos asumen la nueva fe con iguales bríos, convicciones e intolerancias. Saltan a garrocha las fronteras ideológicas y se refugian en el máximo  extremo de la otra "concepción", en la certeza, tienen la experiencia, de que allí van a encontrar un clima favorable para sus repetidas vesanias.

 

Pero bien, depredadores o cómplices, renegados todos, deben disfrutar del espacio y el respeto a que se hagan merecedores, en base a su disposición por cambiar las circunstancias que instauraron y desarrollaron con su participación.

 

La deserción per. sé, no es agua del Jordán. La corrección de nuestras viejas acciones está dada por lo que hagamos en base a nuestros nuevos compromisos. La esencia del cambio de una circunstancia dada no está en el número de los que desertan huyendo, sino en la cantidad que deserte del viejo compromiso y haga acción de su nueva fe construyendo y participando en el cambio.

 

No pensemos que en las sociedades que llamamos libre el depredador político es una especie en extinción. No. Es una figura viva, que puede estar agazapada en nuestro amigo o en nosotros mismos.

 

Hay que estar alerta para que ese demonio singular ante un hecho fortuito o deliberado no haga presa de nuestra voluntad y nos convierta en masa para repudio. Debemos cuidar que nuestra fe, convicciones e ideologías no nos lleven a la intolerancia, al juicio supremo y a la sanción divina.

 

En toda sociedad debe haber espacio para los indiferentes, hedonistas y pagadores de sus propias promesas, cada uno tiene derecho a su mundo, siempre y cuando no quiera imponérselo a los demás; el "depredador" es el que no debe tener espacio entre nosotros.

 

Julio 1998



Pedro Corzo