jueves, 3 de septiembre de 2009

LOS RENEGADOS


 

Los que abandonan una fe religiosa son calificados como renegados y aunque el totalitarismo marxista y sus derivados, como podría ser el castrismo, no son considerados religiones, es evidente, que al igual que ellas poseen dogmas de fe, prometen un paraíso, dispensan excomuniones, practican la beatificación, las gobierna un Olimpo y se rigen por libros, tótem y palabras sagradas.

 

Por esas semejanzas no es inapropiado calificar como Renegado a quienes después de haber comulgado fervorosamente con los preceptos del dogma se alejan de éste practicando un rechazo absoluto a la antigua militancia, aunque no siempre esa conducta la dispensan a las acciones que cumplieron en base a las viejas creencias.

 

Considerar que todos los renegados tienen iguales motivaciones para desertar es tan fácil como creer que fue una sola la causa que hizo que uno y todos se sumaran a la nueva convicción.

 

La diferencia de motivos para participar o desertar posibilitan conocer en gran medida las promesas y fracasos del proyecto abandonado junto a las aspiraciones y frustraciones del desertor y sin dudas, no es uno solo el factor que encanta ni tampoco uno el que agravia.

 

También los renegados responden a personalidades, experiencias y conocimientos diferentes de lo que hay que colegir que sus responsabilidades éticas, morales o judiciales no deben tener el mismo nivel crítico.

 

Por otra parte si la acción de renegar puede implicar un simple acto de deserción en el que puede estar involucrado el oportunismo más ramplón no es de dudar que otras personas antes de renegar públicamente hayan transitado por un período de serias crisis emocionales en el que no solo abjuran de sus pasados compromisos y actuaciones sino que procuran reparar sus errores tratando de hacer rectificar el proyecto con los riesgos que esto implica.

 

A unos y otros no es exigirle demasiado que si en base a convicciones o intereses depredó la sociedad y a sus semejantes que asuman responsablemente su pasado. El actuar por convicción, por fe ciega en una propuesta no exime de culpas y si por el contrario la construcción es sincera se abraza espontáneamente la penitencia.

 

El errar, equivocarnos, es parte del hacer humano pero las lesiones que derivan de esos actos no pueden quedar impunes y sí existe un mandato ético de que se debe comprender y perdonar la falibilidad humana esa conducta no es posible si falta un arrepentimiento que transite por la rectificación de los errores.

 

En estos años de paraísos fraudulentos e ideologías fracasadas hemos tenido la oportunidad de conocer una amplia gama de renegados que curiosamente no solo rechazan los patrones ideológicos y de conducta que durante años impusieron con vehemencia digna de mejor causa sino que algunos de ellos se han metamorfoseado a tales extremos que se han convertido en cazadores de brujas por la nueva idea.

 

Entre ellos está el típico oportunista. El hombre que dejó la horca y cuchillo que disfrutaba usar, no por crisis de conciencia sino porque fue excluido de los círculos de poder por otros sicarios de su misma ralea y condición.

 

Los hay periodistas, escritores, artistas e intelectuales en general que adquirieron nombre público no por la calidad intrínseca de su obra sino por la militancia oficial que la misma resumaba. Creadores que no repudian sus pasados loas, cantos de gloria al Partido y Gobierno protector, tal y como hizo Enrique José Varona en relación a la obra que enzarzaba las ventajas de la españolización de Cuba.

 

Estos intelectuales todavía rememoran con fruición las numerosas traducciones y masivas ediciones de sus libros; los premios obtenidos en eventos internacionales afines a la idea del Proyecto que ellos defendían; las canciones y películas que les dieron fama por el culto a la ideología en tiempos en que otros con iguales o superiores habilidades artísticas no tenían oportunidad debido a sus convicciones políticas o religiosas.

 

También hay militares, policías, esbirros con uniforme o sin él; funcionarios de la burocracia que desertaron en viaje de placer, negocios o gobierno. Algunos manejaban dinero gubernamental y no fueron remisos en apropiárselo en el momento de la deserción. Otros cambiaron de amo y son fieles devotos de quien les de una segunda oportunidad y unos terceros que no son capaces de encontrar su paz porque critican el pasado y el presente de su nueva frontera ideológica a la vez que condenan el recién abandonado proyecto aduciendo que su deserción se debe a que los hechos del momento no se corresponden con el ideal por el que incurrieron en pasadas acciones, en un vil intento por escamotear su responsabilidad en el pasado colectivo.

 

De todos los renegados este es tal vez el espécimen más despreciable porque es capaz de usar los calificativos más ruines y falsos (por lo regular los toma prestado del vocabulario de su abandonado conductor), con el propósito de desacreditar la vertiente de la que fue fiero enemigo.

 

Es una especie de defensa, una manera de evitar ser "contaminado" por sus nuevos aliados. El restarle méritos a éstos, desprestigiarlos, negarle valores morales y situarlo al mismo nivel ético, ideológico y político de sus antiguos camaradas ejemplifica a quienes sin escrúpulo alguno se amparan en cualquier discurso para trepar en la sociedad sin importar el precio.

 

La frustración de este renegado, su incapacidad para aceptar errores o equivocaciones le hacen un flaco servicio a su nueva causa; porque igual se convierten en abanderado de posiciones extremas como en elemento disolvente de cualquier propósito.

 

Y por último, y sin que esto signifique que no hay otros tipos de renegados, vamos a referirnos al hombre arrepentido, al individuo contrito que tal vez erró y hasta abusó por sus convicciones pero que su toma de conciencia le da fuerzas para correr los riesgos de la rectificación.

 

Escribo sobre el individuo que trabajó, cantó, pintó, escribió, delató, persiguió, encarceló y hasta mató por creer en la causa que asumió pero que al recapacitar y comprender la dimensión de su equivocación es capaz de soportar la represión, de ir a prisión y hasta de morir o matar por querer enmendar sus viejas acciones.

 

Octubre 1994



Pedro Corzo