viernes, 25 de septiembre de 2009

LA RECONCILIACION DE LA OTRA MITAD DE UNA GENERACION


 

 

Si rectificar es de sabios me estoy aproximando a esa condición de excepción porque admito públicamente mi error al interpretar un término que se usa con extrema frecuencia en este singular universo de la oposición política cubana en el exterior.

El termino de marras es "Reconciliación" y es que le decía a mis amigos que tal palabra no tenia sentido entre nosotros porque con la dictadura cubana no era posible tal acontecimiento y con el pueblo no era necesario porque nunca habíamos estado en conflicto con el.

Sin embargo, la  lectura de un trabajo de la doctora Hilda Molina en el diario el Nuevo Herald me hizo reconsiderar esa opinión porque pude percibir en el escrito, es posible que lo haya interpretado mal, que junto a sus sentimientos de frustración y amargura por haber sido objeto de manipulación por la jerarquía castrista yace la certeza que solo la vertiente que se incorporó al proceso revolucionario de la generación que accedió a la adolescencia en plena epifanía castrista se encontraban en el camino justo.

De ser ésta la apreciación de la doctora Molina temo que está equivocada pues, aunque no tengo dudas que la mayoría de los jóvenes que se sumaron a la Revolución estaban asistidos de los mejores ideales, lo comprueba el hecho de que cuando el castrismo torció el rumbo del proceso muchos empezaron a hacer oposición y lideraron esta también, es verdad que "todos no eran justos ni estaban entre ellos todos los justos".

El artículo de la doctora Hilda Molina a quien respeto y admiro por su actual posición frente a la dictadura me provocó reflexiones que para algunas personas tal vez no sean políticamente correctas, pero que aun así creo imperativo expresarlas porque coincido con la articulista cuando escribe "es imprescindible que no nos engañemos y que valoremos objetivamente el pasado y el presente del país".

Los acontecimientos políticos que se desencadenaron a partir de 1959 influyeron de una forma determinante en lo que podemos llamar muy libremente la generación de los 60 a extremos que no tenían precedente en nuestra historia.

Esa generación que se incorporo casi masivamente a la vida política nacional y procuro imponer de la forma mas violenta y agresiva sus conceptos ideológicos y políticos, violentando derechos y oportunidades a aquellos que en disfrute de un derecho natural se negaban a involucrarse en el proceso fue escindida por la fuerza de las circunstancias.

La doctora Molina, que está en Cuba y frente al régimen, enfatiza sobre los sacrificios en que incurrieron los jóvenes que por creer en la Revolución se incorporaron al proyecto y que en base a su fe sirvieron al mismo durante años para en la madurez concluir la inutilidad del esfuerzo; pero a tal reflexión hay que agregar que las nefastas consecuencias del proceso no sólo han afectado a los que creyeron en él sino también a los que nos le opusimos,y por supuesto, a los hijos de los conversos y a los de los herejes.

No dudo que en el artículo de la doctora Molina se sienten identificados los cientos de miles de jóvenes que como ella creyeron en el Proyecto y dieron lo mejor de si para edificarlo sobre bases sólidas y permanentes pero que en estos momentos sufren el desencanto de haber sido simples marionetas en un propósito en el que ellos no contaban para nada.

Por lo que tomando como inspiración lo que escribe nuestra comentada articulista sobre la vertiente de su generación que se sumo confiada a la Revolución e incurrió en sacrificios por ella; tratare modestamente, de exponer lo que vivió y padeció por sostener otras ideas la otra rivera de esa generación que es también la mía.

Queríamos lo mejor para Cuba al extremo que nos enfrentamos a un gobierno cruel y despiadado que disfrutaba de la simpatía y la militancia de la mayor parte de la ciudadanía y la admiración casi general de todos los pueblos y muchos gobiernos en el mundo.

Anhelábamos justicia y queríamos Pan para todos pero bien sazonado de Libertad. Para nosotros el disfrute de una dignidad personal que no fuese menoscabada por autoridad alguna era fundamental para que existiese una genuina soberanía popular.

Por las anteriores querencias fuimos discriminados sin piedad alguna. Se nos expulso de centros de estudio y trabajo. No disfrutamos de becas ni planes especiales. Los calificativos de traidor, vende patria y gusano nos fueron endilgados sin consideración alguna.

La religión se convirtió en delito y sus practicantes en delincuentes. Se exhortó a la delación. La Revolución estaba antes que la familia, la amistad, la fe, la profesión y el que no acatara tal mandato estaba en contra y por lo tanto era un enemigo.

El repudio, 20 años antes que el conocido proceso del  Mariel, fue dolorosa experiencia para nosotros. Gustar de otra música, usar ropas irregulares o cuestionar una orientación u orden, era una herejía.

El sexo se vínculo a la política. Una inclinación sexual heterodoxa era objeto de severo castigo y de atroz discriminación.

La salida del país, el desarraigo, el cambio de vida y el alejamiento de la familia y los amigos y de la tierra natal junto al aborrecimiento y el desprecio que conllevaban ciertas despedidas era la injusticia de los que se proclamaban justos al extremo que si hoy muchos exiliados, no todos, disfrutan de ventajas económicas no dudo que la mayoría hubiera deseado permanecer en Cuba, por tal de no haber enfrentado aquellas traumáticas experiencias y sufrir en plena adolescencia la perdida de la familia y empezar a vivir como adultos cuando apenas habían dejado de ser niños.

La prisión política devoró la juventud de millares. La cárcel fue crisol pero también un quebranta-sueños solo comparable al cruel paredón, a los desaparecidos en el mar o a la tortura física y moral de la que tantos fueron objetos.

Creo que si, un entendimiento sincero entre las dos  riadas de esa generación es mas que imperativa para que se pueda producir una Reconciliación Nacional pero no podemos continuar engañándonos y debemos reconocer que la buena fe o la ingenuidad, las convicciones y la confianza en un liderazgo determinado y ni aun la certeza que nuestra conducta se ajusta a los hoy respetados valores cristianos nos dio, nos da y nos dará  el derecho de imponer nuestros juicios y menos aun, afectar el derecho del prójimo a que labore por el progreso de sus opiniones.

Me uno a la exhortación de la doctora Molina en lo que atañe al "no nos engañemos", porque solo cuando estemos dispuesto a aceptar nuestras malas acciones como victimarios de quienes se oponían a nuestros pensamientos y admitir que traidor al País o lacayo de yanquis o rusos eran calificativos injustos que se sustentaban en nuestra intolerancia personal y en el sectarismo que emanaba de las ideologías en que militábamos no estaremos aptos para la Reconciliación.

Mientras sigamos creyendo que éramos Iluminados y Escogidos para salvar al mundo y que estábamos por encima de las miserias humanas individuales y colectivas que nuestros actos provocaban no estamos listos como un todo para enrumbar la República al sano equilibrio social que reclama y necesita.

A la Reconciliación no se puede llegar por la amargura del fracaso ni por la euforia del triunfo pero menos aun con los restos de una soberbia que nos hacia sentir inmunes ante el dolor de un preso o la angustia de un soldado en su trinchera; y seres superiores porque éramos capaces de dictar una conferencia en Washington o Moscú.

La Reconciliación, la que yo creía que no era necesaria, para ser sincera y productiva exige que no permanezcamos ciegos, sordos y mudos ante los errores e injusticias de los que fuimos cómplices por participación o por omisión.

La Reconciliación, nunca he sido religioso y si algún día lo fuera será por convicción y no por frustración de otras expectativas aunque estas líneas lo sugieran, es en mi opinión un acto de contrición, de arrepentimiento, de autocrítica. Un análisis sincero de nuestros actos que haga posible, en primer lugar, el reconocimiento de nuestros errores y nuestra disposición a enmendarlos con la humildad que nos debe dar el no sabernos perfectos al entender y comprender el por que otras personas no se condujeron como nosotros.

La penitencia de airear nuestros errores y aceptar responsabilidades éticas y judiciales de existir estas, tal vez sean la única patente que garantice una Reconciliación que posibilite el renacer de la nación y el compromiso de Nunca Mas  permitir que se repitan los horrores del pasado por  muy bellas que sean las promesas y por carismáticos que sean sus cantores.

 

Pedro Corzo